por Beatriz Karrantza

Él la miraba de lejos, tímidamente, como si la hablase con la mente. Ella, por el contrario, se hacía la distraída. Le ignoraba, hacía como si no se diera cuenta de su presencia. Pero era mentira; ella era consciente de cada movimiento que él hacía, de su acercamiento, de su sonrisa al verla entrar por la puerta.

Siempre salía la primera de clase, como si tuviera mucha prisa. En el recreo se quedaba sola haciendo cosas, dando vueltas… siempre ensimismada, perdida en sus pensamientos. Y él intentaba buscarla, aunque no se dejase.

–¿Qué miras?

–¿Yo? Nada, nada… ¡adiós!

No era la chica más amable del mundo, pero a él le parecía la persona más maravillosa. Quería conocerla, hacerla reír. Porque nunca se reía. Siempre llegaba pronto a clase, con los cascos puestos y sin prestar atención a nada ni a nadie. Y en cuanto sonaba el timbre, se iba con la misma rapidez con la que venía por las mañanas.

Todo llega en la vida. Venció la timidez y salió de clase justo cuando sonaba el timbre. Vio cómo se apresuraba ella a la salida del edificio y echó a correr. Andaba rápido. La pilló saliendo del patio y le dio un toque en el brazo: «Hola, estoy en la clase de enfrente, nos conocemos de vista».

Se quitó los cascos y le miró. Hizo un gesto que él no supo interpretar porque estaba demasiado ocupado ruborizándose.

Le contó su gran secreto para romper el hielo porque llevaba meses sin dormir. Ella le respondió con un beso.

–Nunca antes me había gustado una chica… –pero no pudo decir nada más, porque ella le besó.

Él era gay. Y ella nunca había sido una chica.

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2 pensamientos sobre “(Él)la

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