Capítulo VII: Afinando -y una cuestión de método-

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Hay días que resultan más difíciles de contar. ¿Por qué? Porque son de revisión de lo previo y toma de decisiones. No hubo, por tanto, «clases» en el sentido tradicional del término. No hubo dinámicas preparadas ni pruebas de ningún tipo. Se trabajó. Se decidió cómo sería la portada (guiño-guiño), se habló del contenido y se corrigieron algunos de los trabajos (que pronto podrán ver, entre otros formatos, por acá digitalmente). ¿Les parece poco?

Es difícil que desde fuera vean determinadas evoluciones, pero puedo asegurarles que algunos de quienes participan en el taller han mejorado su redacción considerablemente -nosotros estamos pasmados, ¡nos hacen caso!, cada quien a su ritmo y desde su nivel, claro-. Esta parte de «corregir juntos» las cosas, leerlas y releerlas, es fundamental. No es vistosa ni permite grandes entradas en esta bitácora, pero resulta útil en todo el sentido de la palabra.

¿Cómo se hacen estas correcciones?

No basta que el monitor entregue al «alumno»* un texto o dibujo «corregido» en el sentido de la escuela tradicional de la palabra -esto es, tachando los errores ortográficos, con una o dos indicaciones de «aquí falta una coma» o «repites mucho», junto con una «nota»; en el taller, si se han fijado, no se ponen «notas», no sirven de nada-.

El estilo es otro: quien lleva una materia -dibujo o escritura por separado- se sienta directamente con el autor -o la autora, permítanme el masculino en esta fase de la explicación- a revisar lo hecho: se lee el texto y se dan consejos -es mejor no repetir tanto los nombres de los personajes, para eso están los pronombres-, se realizan aportaciones -¿no te parece que quedaría mejor si haces tal o cual? Si no les parece, no se cambia; si les parece mejor otra fórmula distinta, se debate sobre la misma y se busca la claridad en lo escrito (parece que quieres decir tal, pero no queda del todo claro; cuéntame qué querías decir); si algo se necesita rehacer, esto se hará entre los dos, partiendo de lo que el autor plantea y quiere; las correcciones se explican -por qué acá va una coma o punto, por qué no se puede usar esa forma verbal, etc.-. No se impone un estilo ni una forma de hacer las cosas.

Para los dibujos. Normalmente, las dudas surgen mientras se crea -no me sale la mano, ¿cómo la puedo hacer?- pero también se presentan en la corrección -fíjate en cómo le has cortado la cabeza en esa viñeta, eso debes evitarlo por tal y pascual-, en el consejo frente al dibujo o historieta terminada -¿no te parece que sería mejor que no hubiese esa sombra ahí, teniendo en cuenta que has puesto la luz allá?, ¿esa mano no te ha quedado un poco rara?- o en el proceso de entintado tras el dibujo -estos estilos existen, puedes usar para la parte de fuera un trazo más gordo que el interior, así queda más «cartoon»-. El resto de puntos, el hacerlo junto con el autor y de una forma dialogada, se mantiene como para los escritos.

¿Por qué es importante hacerlo así? Porque todos aprendemos mejor con explicaciones, porque todos interiorizamos más las cosas si entendemos los porqués y hemos pensado antes el cómo se llega a esa conclusión, que cuando simplemente hemos memorizado reglas fijas.

*Aunque la he usado alguna vez en esta bitácora, por lo general huimos del término por las propias connotaciones que trae consigo.

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