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por A. Blasborg; ilustraciones por Jomra

El Año del Mono le trajo a Nessa en el ombligo su decimotercer cumpleaños. A pesar de que a su alrededor el frío de aquel invierno extraño había contagiado los ánimos de su familia y amigos, ella sentía en su interior que algo extraordinario, algo aún más maravilloso que aquella estación que había devorado la mitad de la primavera, iba a suceder. Con un fuerte impulso, se desprendió de las mantas y se levantó de un salto; era la primera de la casa en hacerlo, de modo que le tocaba salir al patio para coger agua del pozo.

zimaEl sol apenas anticipaba sus primeras hebras de luz tras la colina; por eso le inquietó la silueta que se perfilaba junto al pretil. Tardó unos segundos en reconocerla, e inmediatamente saltó de alegría. ¡Un muñeco de nieve! Seguro que sus hermanos se lo habían hecho durante la noche para darle una sorpresa. Sin pensarlo más, echó a correr hacia él. Apenas había dado tres pasos cuando tropezó con algo y casi cayó al suelo.

–¡Ay!

Nessa se quedó petrificada. En un principio, pensó que sus sentidos le engañaban y que había sido ella la que había gritado.

–«Jovencita, ¿es que no ves?; ¡me has arreado un puntapié!»

Nessa miró hacia atrás, buscando el origen de la voz, pero solo consiguió ver el patio, en el patio el suelo y en el suelo una piedra del tamaño de un puño que sobresalía de las demás. Pero no podía ser.

–«Por la herencia de Vesná, al Muñeco evitarás!» –dijo entonces la piedra, y Nessa pudo ver claramente una boca que se abría y se cerraba. Seguramente aquello la habría aterrorizado de no ser por el significado de las palabras. Vesná. Su querida abuela, que tantas historias fantásticas le había contado siempre, haciéndole protagonista de aventuras inolvidables en las que ella era la valiente heroína. Vesná había fallecido al final del otoño, justo antes de la llegada de este invierno cruel. Se acercó despacio a la piedra.

–«Con cuidado cógeme, ¡y rápido huye de él!»

rollLa urgencia de aquella voz hizo que Nessa obedeciera inmediatamente, incluso antes de reflexionar en lo absurdo de la situación. La piedra no pesaba demasiado y era menos fría al tacto de lo que hubiera debido. Con ella en la mano, se giró un poco hacia el pozo y el muñeco.

No podía ser. Nessa pestañeó antes de aceptar lo que sus ojos le indicaban. Pero era cierto. El muñeco de nieve ya no se encontraba en el mismo sitio; había avanzado varios metros y extendía las manos hacia ella. Unos ojos azules la observaban fijamente; de alguna manera estaban vivos, pero una clase de vida que nada tenía que ver con lo que crece y se multiplica.

–«Al campo saldrás y el arroyo saltarás!» –apremió la piedra, y era tanta la urgencia que Nessa no lo pensó dos veces. Salió por la puerta y echó a correr hacia el arroyo; al mirar atrás, descubrió que el Muñeco de Nieve le seguía sin perder ni un metro. Apretó al máximo y saltó limpiamente los tres metros del arroyo –luego se preguntaría como lo había conseguido–. Entonces observó que el Muñeco se plantaba justo al límite del agua y Nessa comprendió que si aquella lo tocaba, se desharía. Aprovechó la oportunidad para ganar distancia tomando la dirección opuesta al puente al que el Muñeco ya se encaminaba. Pero Nessa estaba segura de que podía aventajarlo en tres kilómetros antes de que el muñeco llegara a él y lo cruzara.

–Bueno, piedra, en buen lío me he metido.

–«Roll me has de llamar, y la herencia de Vesná encontrar!»

Nessa lo miró un momento antes de desentrañar las palabras. Así que su nombre era Roll; bien, eso era fácil.

–¿Qué es la herencia de Vesná?

–«La Primavera ha de volver y solo tú lo puedes hacer.»

No entendió nada.

–¿La Primavera? ¿Y qué tiene que ver eso con mi abuela? ¿Y qué tiene que ver conmigo?

–«Vesná llama cada año a la primavera a su lado; el hechizo escribe con su sangre en el Papiro del Deseante.»

Nessa encaró a la piedra con tal perplejidad que, por un momento, pareció que ella misma era una estatua.

–Mira, no entiendo nada. ¿Estás diciendo que era mi abuela la que convocaba a la Primavera?

La piedra, Roll, permaneció en silencio. Bueno, sin duda aquello explicaba muchas cosas: el amor de Vesná por todo lo vivo; su viaje al final de cada invierno para visitar a una misteriosa amiga; el hecho de que este año el invierno no hubiera acabado… casi sin querer, pronunció las siguientes palabras:

–¿Y yo qué tengo que hacer?

Creyó sentir que el tacto de la piedra se tornaba más cálido por unos instantes.

–«Al Mono Nomo has de acudir para que el Papiro pueda construir.»

Nessa empezaba a sentirse un poco tonta; tampoco aquello quedaba demasiado claro: debía buscar a un nomo que se llamaba Mono o a un mono que se llamaba Nomo; suponía que lo primero, pues los Nomos de los cuentos siempre construían cosas.

–Y, ¿cómo lo voy a encontrar?

–«Si mi tacto sientes frío, equivocas el camino.»

Aquello sí que lo entendió. Así que Nessa agarró la piedra y practicó un círculo completo muy lentamente; cuando sintió que en su mano Roll desprendía un agradable calorcito, supuso que aquella era la dirección que debía tomar.

Durante varias horas, atravesaron los campos y el bosque, sobre una superficie de hielo y nieve que dificultaba el avance, mas siempre el calor de Roll le indicaba el camino en cada encrucijada. Llegó un momento en que ya no pudo más y se sentó a descansar.

–«!No debes demorarte; Zimá podrá alcanzarte!» –insistía Roll, pero Nessa no podía moverse. Para tomarse un poco de tiempo, quiso iniciar una conversación.

–¿Zimá es el Muñeco de Nieve? ¿Quién es? ¿Cómo se mueve? –preguntó, soltando una risita al darse cuenta de que había hablado rimando.

–«Zimá es el invierno, un Espíritu en un cuerpo»– fue la misteriosa respuesta; pero esta vez enseguida comprendió que el Espíritu del Invierno se había metido en aquel Muñeco de Nieve y le había dado vida.

–¿Y por qué me persigue? –preguntó inconscientemente.

–¿Tú qué crees? –se apresuró a contestar Roll con un tono exasperado, pero enseguida recuperó sus pomposas formas: –«Un Muñeco de Nieve en Primavera vivir no puede.»

Bueno, eso era evidente. Ella iba a traer de vuelta la primavera, y Zimá no podía permitirlo; ¿hasta dónde llegaría para cumplir su propósito? Nessa prefirió no esperar a que la alcanzase para descubrirlo y retomó la carrera, esta vez con las fuerzas que le prodigaba el miedo.

Para su sorpresa, pronto llegó a un bosque de juncos que nunca había visto y del que desconocía su existencia. El calor que irradiaba Roll era tan intenso que debía cambiarle con frecuencia de mano para no quemarse. Tras una hora de caminata, encontró un espectáculo que le llenó a partes iguales de sorpresa y risa. En un claro, un mono dormía tumbado en una mesa de artesano, aferrando incluso en su sueño varias herramientas con ambas manos.

–«Con (no demasiada) fuerza me arrojarás y en su cabeza le darás» –dijo Roll.

–¿Qué?

–Bueno, quieres que se despierte, ¿no? –protestó impaciente, sin rimas.

–¿Y yo le tengo que dar contigo en la cabeza?

Roll no respondió, evidentemente esperando la acción de Nessa. A esta no le agradaba demasiado la idea, pero en fin; se acercó un poco y arrojó a Roll lo más despacio que pudo. No llegó ni a medio camino.

–«¡Eh! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡A él en la cabeza, no a mí en el suelo!»

Nessa lo recogió y volvió a intentarlo. Esta vez el impulso fue suficiente para que Roll llegase hasta el mono inconsciente. En el momento en que le tocó, pareció como si ambos cuerpos se fundieran en uno, o más bien como si Roll fuera absorbido por el otro cuerpo. En todo caso, la Piedra Parlante desapareció y el Mono pareció cobrar vida.

–¡Vaya! ¿No he dormido demasiado? –fue lo primero que dijo, mirando a su alrededor. Luego fijó su atención en Nessa. –¿Y tú quién eres? ¿No ha venido Vesná? –Nessa sintió que la pena superaba el asombro. –¡Ah! Ya veo. Vesná se reunió por fin con su querida tierra; sí, la siento en las raíces y en el viento inminente –murmuró el Mono. –Así que tú debes ser Nessa –asintió, reconfortada porque no había nada que explicar. –Bien, entonces, pídemelo.

Ahora sí se quedó muda.

–¡Oh, vamos, este duro corazón parlante mío seguro que te ha dicho lo que necesitabas que yo hiciera –sugirió el mono, revelando al fin la exacta naturaleza de Roll.

–Bueno, me dijo que te encontrara y que tenías que construir algo– aventuró.

–¡Ah, bien! Pídemelo.

Nessa dudó un momento. ¿Tan difícil era?

–Bueno, ¿puede usted, señor Mono Nomo, construir, por favor, el Papiro del Deseante? –ensayó, tratando de ser lo más educada posible. Suponía que, después de todo, iba a ser un Mono quién lo ayudaría.

–¡Excelente, Nessa! Has utilizado las palabras mágicas.

La muchacha no pudo ver lo que hacía el otro, tan rápido iba, pero poco a poco fue consciente de que sostenía un papiro entre sus manos. Cuando acabó, la miró con una gran sonrisa y la invitó:

–Adelante, escribe el hechizo de Invocación a la Primavera –alcanzándole a la vez una pluma. –En realidad bastaría con que dijeras «Primavera, ven», o algo por el estilo.

Después de unos segundos, más cómicos que tensos, Nessa seguía mirando al Mono y el Mono devolvía la mirada a Nessa, ambos con idéntica expresión de espera de lo inminente.

–Y bien,… ¿no me vas a dar tinta? –interrogó por fin la muchacha.

Nomo trocó su expresión por otra de sorpresa.

–¿Es que nunca atiendes? –preguntó; ante el silencio de la otra, hizo un gesto de resignación, se volvió hacia su mesa y, tan rápido que apena pudo verlo moverse, se giró y clavó un alfiler en el dedo de la joven. –«Sangre, muchacha, unas gotitas, es todo lo que necesitas» –reveló, y luego se echó a reír con optimismo.

Lo aceptó sin más; acercó la pluma al dedo, la mojó con su sangre y se dispuso a poner por escrito la Invocación.

nomoPero un tremendo alboroto que provenía del bosque de juncos interrumpió el rasgueo de la pluma. Paralizada por el miedo, observó a Zimá acercarse a una velocidad sobrehumana en mitad de unos alaridos que hacían temblar todas las hojas. ¿Qué sucedería ahora? Estaba claro que el Muñeco llegaría a ella mucho antes de que pudiera terminar su hechizo, y entonces sintió miedo por su destino y vergüenza por haberles fallado a su abuela y al mundo primaveral que tanto amaba. Pensó que Zimá se le echaría encima, la tocaría y la convertiría en hielo; estaba tan aterrada que no comprendió lo que estaba sucediendo hasta después de mucho tiempo. Zimá la observaba, simplemente la observaba, mientras el azul de sus ojos se derretía en lágrimas que caían fluyendo por su rostro. Solo entonces se dio cuenta: el Espíritu del Invierno tenía miedo porque sabía que, en cuanto llegase la primavera, él moriría; quizá, al tomar un cuerpo, había olvidado que era lo normal, para que un año después volviera a renacer.

Nessa lo observaba mientras su propio corazón bombeaba compasión en cada gota de sangre que sellaría su destino. Era cierto, aún podía elegir. Y eligió. Lentamente, escribió las últimas palabras de Invocación a la Primavera y luego entregó el Papiro al Mono Nomo.

El ciclo de las estaciones continuaría adelante; Zimá se fue derritiendo mientras la vida estallaba en una maravillosa fiesta de luz y clorofila.

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