Test Drivers 2: El Desafío
por Ricardo Barral Torres
Nota: la primera parte se publicó por LLL, siendo editado el libro por Séleer (2015), encuéntralo en tu librería preferida.
Estamos a tres de mayo, el sonido del despertador irrumpe a una hora temprana en la habitación de Michael Slender, éste se despierta con pereza, recordando que dentro de una hora debe recibir a un potencial comprador. Se asea y desayuna aprisa para acicalarse con mayor esmero, peina su moreno cabello ondulado casi con una devoción compulsiva, según aprecia como sus canas van en aumento. Viste pantalones vaqueros y una camiseta roja ajustada, finalmente coge las llaves de su Ford Mustang y se pone una chupa de cuero.
Michael sale hacia Hinton Park-Springs con el propósito de vender el coche que, por un tiempo, supuso la última esperanza para los Test Drivers de volver a la competición, el mítico De Tomaso Pantera. Aunque los sentimientos se oponen a la razón, Slender sabe que lo mejor es liquidar todo el negocio; en un intento por distraer sus pensamientos, sintoniza la radio del coche, por fortuna una canción de los Buggles, titulada Video Killed the Radio Star, logra evocar en éste recuerdos más agradables aunque sea solo por unos minutos.
Michael, no obstante, no para de dar vueltas y más vueltas a la simple idea de renunciar al mundo del motor, en lo más hondo de su ser algo le dice que no debe tirar la toalla. Pero pronto debe volver a la realidad, la señal del desvío hacia Hinton Park-Springs le recuerda que ha de vender el Pantera.
Una vez en el complejo, Slender ve a su amigo, Roy Aagus, dispuesto para echarle un cable con la venta, pues siempre entre dos personas se ofrecen más argumentos para que un potencial cliente se decida a comprar, a poder ser, en el momento. Roy, actualmente conocido como Aagus, el negro, por el color de su piel, es un hombre de mediana edad avanzada que disimula bastante bien sus años, de facciones muy marcadas y con una penetrante mirada, añadido a su corto y rizado cabello, le confieren un semblante de cierta dureza, aunque en realidad se trata de una persona que usa la máscara de «El negro» para ocultar su nostalgia por otros tiempos mejores, donde se ganó el sobrenombre «The Mighty Aagus» en la década de los sesenta.
El supuesto comprador llega con puntualidad, tanto Michael como Aagus le enseñan el mítico bólido, tras una prueba por la pista principal y llevarlo en carretera hasta Chatham, el cliente queda satisfecho con el Pantera y pregunta su precio.
–Teniendo en cuenta el magnífico estado del coche y que tanto el motor como la mecánica están preparados para la competición, pedimos ochenta mil dólares –oferta Slender.
–La verdad, considerando el uso que, realmente, voy a dar al coche, ochenta mil son excesivos… –especula el cliente, mientras Aagus hace una seña a Michael para que no se suba a la parra.
–Bueno, y ¿qué es lo que ofrecerías por él? –inquiere Michael.
–Setenta mil dólares, la verdad.
–Eso es poco, teniendo en cuenta todo lo que te hemos dicho, además este bólido es toda una fiera de carreras –contesta Slender.
–Sí, pero es del año setenta y dos, por muy cuidado que esté, ya es viejo.
–Pero, piensa que dentro de diez años tendrás todo un clásico, esos coches, bien cuidados, cotizan mucho en el mercado –interviene Aagus.
–Mira, podemos dejártelo en setenta y cinco mil pavos, ¿qué dices? –oferta Michael.
–Acepto si me lo dejáis en setenta y dos mil dólares.
Roy coge por banda a Slender y le dice que acepte la oferta, después de todo, tendrían dinero de sobra para saldar la deuda. ¿Qué más se podía pedir?
–Ok, Mckey. –Michael estrecha la mano del comprador y procede a hacerle la entrega de todos los papeles para la transacción, así como la documentación necesaria para circular; en el momento en que le da las llaves, Slender siente un desgarro tremendo en su corazón, sintiendo que deja atrás toda una época de triunfos y fracasos, de sueños y esperanzas.
–¡Dios mío! Pero, ¿qué he hecho? –exclamaba para sí Slender.
Una vez cobrada la venta, los Test Drivers aprovechan para saldar su deuda con el anterior dueño del Pantera, por los sesenta y cinco mil dólares que tantos quebraderos de cabeza le dieron a Slender durante casi un mes.
–Menudo muerto que nos hemos quitado de encima, tío –comenta Aagus, cuando, por fin, ve aquella trampa liquidada.
–Pues sí, la verdad. Oye, he estado dando vueltas y más vueltas a todo esto, y he pensado que podríamos utilizar el Ford Escort para alguna competición de rally –propone Michael, con cierta inseguridad.
–¿Estás de coña, tío?, y ¿quién va a pilotar ésa patata de coche? –cuestiona Aagus.
–¡Pues quién va a ser! El muchacho. Robert –espeta todo convencido Slender.
–¡Bah! Se te está yendo la olla, Mike, ese chico ya estará matriculándose en la Universidad. Eso si no lo ha pescado algún otro equipo de competición antes. Olvídate de él y piensa en que tenemos que liquidar ya este negocio, te guste o no. –Slender asiente pesaroso, sabiendo que su amigo, Aagus el negro, realmente tiene razón.
continuará…
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