La clave del Sol
En un pueblo no muy grande y no muy bonito pero de gente amable, se encontraba el café-bar dirigido por un tipo llamado Art, amante de la música. En él, cada sábado soleado, se hacían conciertos en los que Trom y Lin eran los músicos. Trom tocaba la trompeta y Lin el violín. Éstos, cada sábado despertaban esperando ver brillar el sol y, si era así, corrían apresuradamente al café de Art para tocar. Antes, todos los sábados salía el sol pero, desde las visitas del nuevo policía Canallo, siempre amanecía lloviendo.
En otro sábado más de lluvia, Trom y Lin decidieron reunirse en la casa de uno de ellos para tocar, ya que no podían hacerlo en la terraza de Art. Lin, al subir las escaleras del piso de Trom, tropezó. Su violín cayó sin remedio y, al llegar a la parte más alta de la casa y observarlo detenidamente, se dio cuenta de que el golpe había soltado las cuerdas. Lin tuvo que colocarlas y, de paso, aprovechó para afinarlo. Usó la frecuencia de 432 Hz (la que a él más le gustaba), ya que se decía que de este modo el sonido estaba más en sintonía con el universo. Empezaron a tocar y los instrumentos fueron inundando el cuarto con una fresca melodía. Disfrutaban como antes, como cuando eran niños, como cada vez que lo hacían en el local.
Entonces el teléfono sonó: era Art. Les decía que el sol salía y se escondía de forma muy extraña, y que Canallo les buscaba ansioso. Cuando llegaron al local, el policía, con cara de enfado, les requisó los instrumentos por ir a sus anchas tocando y molestando a la gente del pueblo. Los pobres muchachos no supieron qué responder. No entendían esa actitud molesta hacia ellos y volvieron con resignación a casa, esperando que el policía se los devolviera al día siguiente. Sin embargo, eso no ocurrió. Canallo no permitía a los chicos sacar sus instrumentos de un cuarto del café, en donde entraba como ‘Pedro por su casa’.
El pueblo, antes divertido y con el sol y la música de acompañantes, vivía triste, gris y en silencio. La gente no sonreía y, poco a poco, su amabilidad se iba perdiendo. La lluvia y las nubes eran parte del paisaje que ahora decoraba el cielo, y Trom y Lin sentían que algo les faltaba. ¿Por qué el sol ya no salía? ¿Por qué esta tristeza se cernía sobre el pueblo?
Paseaban por la calle, de camino al bar de Art, haciéndose esas preguntas una y otra vez, buscando solución. Y, entonces, Lin recordó aquel día en casa de Trom. ¡Eso es! Habló con Trom de lo que pensaba y, emocionados, corrieron a hablar con Art y se lo contaron todo.
Le recordaron que aquel día habían afinado el violín y descubrieron que era eso lo que hacía que el sol saliese a veces. Pensaron que si afinaban de esa forma la trompeta, el sol permanecería como ocurría antaño y, entonces, ¡volvería la música y la alegría a aquella plaza donde estaba el café, y al pueblo entero! Pero, ¿cómo conseguir que Canallo no volviese a requisar sus instrumentos? Estaba claro que él odiaba la música pero, si no volvían a tocar, ¡el pueblo no volvería a la normalidad!
Pensaron y pensaron… y se acordaron de Cari, una señora que acudía al café y que era dueña de una tienda de música. La encantaba bailar al son de la melodía de sus instrumentos. Ella les ayudaría, ¡seguro!
Después de contarle todo, ella, pensativa, tuvo una idea. Conseguiría una réplica exacta de cada instrumento, que dejaría en el cuarto del café. De este modo, cuando Canallo fuera cada viernes a comprobar que el violín y la trompeta estuvieran mal afinados y en su sitio, encontraría todo en orden pero, al despertar el sábado, el sol brillaría, ya que los instrumentos verdaderos de Trom y Lin estarían a salvo. Y Cari bailaría, Art vendería sus cervezas, Trom y Lin tocarían y tocarían hasta que asomara la luna…
La felicidad volvería de nuevo al pueblo. Como siempre había sido. Y así fue.
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