por Pedro Czeslaw Venturo Korytkowski

Eran las cuatro de la mañana, la noche había empezado a gotear de los techos, los ruidos despiertos respiraban agitados derramando cócteles de humedad y embriaguez. La casa parecía inmutable a aquella mezcla de sombras que discurrían por los pasillos, y que solo se detenía para mirar en las habitaciones si eran observadas. Todo allí tenía sentido; las manillas del reloj caminando lentamente eran los ecos de los pasos que esperaban, la solidez y suavidad de las paredes, los rostros inocentes salvándose encima de los sueños, el olor a pasteles recién horneados, el aliento dulce de la anciana que había agotado sus palabras avisándoles del peligro.

No se puede ni ver si saber todo con solo observar desde fuera de la ventana, pero era lo único que tenía a la mano para hacer mis investigaciones. Entrar, o abrirla siquiera, implicaría dar un paso hacia adentro, escuchar aquellos gritos que se estarían ahogando, y ser un pie más, luxado sin esperanza de huir.

Un día observé cómo lo hacía por las noches y estuve por entrar; dejar correr el aire y verter todo un día de luz sobre los muebles, despertar a las paredes de su sueño, servir la mesa con sonidos nuevos, y pronunciar la palabra libertad, iniciando así un efecto en cadena.

La sombra agazapada debajo de la mesa me detuvo en seco. Sentí su mirada llamándome desesperadamente y desdibujé su rostro cerrando mis párpados; cerré también mis oídos, mi alma, en fin, en una coraza de indiferencia impenetrable.

Con aquella oscuridad solo conseguí ver más claramente sus facciones, el labio abultado y sanguinolento, los ojos pequeños y marrones, los pómulos hundidos y el sonido de su voz tantas veces mutilada.

Ese día ya de regreso en mi casa me prometí nunca volver a mirar detrás de aquella ventana.

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1 pensamiento sobre “Cuento sin título

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