por Tomás Sánchez Asenjo

No sé qué hacer.

Conocí a Julia R. una tarde cuando, como de costumbre, trataba de escoger de entre las cajas del Super aquella en la que la operación de pago exigiera menos tiempo, gracias a su exigua clientela.

Me fascinó. Digna, casi altiva, me regaló una sonrisa apenas perceptible tras la invitación a pagar.

Menudearon mis compras y, claro, mis visitas a Julia R., al mundo lento, casi estático que me parecía que envolvía su puesto de trabajo. Un día, mientras le extendía un billete, le propuse una cita. Me informó sin inmutarse de la hora en la que terminaba su jornada.

Conversamos, reímos…al final la acompañé a su casa y antes de salir del automóvil me besó. Me sentí dichoso, pero mientras contemplaba desde mi asiento cómo introducía la llave en la cerradura de su portal, me fue revelado, sin duda alguna, el listado completo de precios y ofertas de la sección de congelados del Super.

Regresé a casa preocupado. Ahora no sé qué hacer.

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