por Paula Martín Cilleruelo

Y comenzó a llorar, en un berrinche eterno de errores e irresponsabilidades. En un nudo de inmadurez en el que necesitaba amueblar su cabeza. Sabía lo que pasaba, y lo que iba a pasar si no se ponía en orden. Tenía que espabilar. Pero a veces no todo es tan fácil. Tal vez ahora todo marchara más fluidamente. Tal vez al irse el amor de su vida tenía que aprender, y luchar. Pero su corazón torpe no sabe más que de esconderse, de quedarse en la cama todo el día, de llorar… Y así es como se fue dando cuenta de que cada acto se valora, cada acto cuenta… Que incluso con una sola mirada, podía cambiar el mundo. Pero ¿quién era ella a su lado? A su lado ni la flor más bonita tenía pétalos. A su lado se cortaba la respiración. A su lado todo eran sueños, esperanza, fantasía. Y ella no era nada, comparada con lo que era su niña. Quizás era una princesa de un cuento del que nunca podría escapar, y ella lo sabía. Le gustaba estar atrapada en ese sueño, en ese cuento. A su lado. No quería separarse. Ni siquiera para respirar; su propio olor la alimentaba. Y la comía por dentro, porque sabía que ese día llegaría, que nada es eterno, que todo llega… pero no todo pasa. Y hay gente que deja huella, demasiada. Tenía miedo, sí. Pero ¿qué podía hacer? La decisión estaba tomada, solo quedaba sobrevivir una vida sin ella –procurando que no se notase–. Lo que más le dolió fue eso: saber que se había acabado. Que nunca más volvería a ella. Que se había ido, para siempre. Que los pájaros vuelan alto, y ella la había hecho elevarse incluso más y más arriba. Pero se acercó la tormenta, y por eso los pájaros volaban bajo. En cambio, ella se quedó en el suelo. Un abrazo… ¿quizás? Tal vez solo con saber que ella estaba bien, que era feliz, que no sufría más… sería feliz. O bueno, al menos, viviría más tranquila. Solo la importaba que estuviese bien. Viviría… que bobada. Su vida entera era ella. Y tuvo que irse. Desde entonces ya no sería vivir. Pasaban las horas. Su cuarto se ceñía ante su cintura. Pasaban los días, y así dejó pasar su vida. Echándola de menos, hundiéndose en sus propias «absurdeces», y en su propia comedura de cabeza. Pensando en ella a todas horas, en ese mar sin calma, que aún sigue buscando más tempestad. Estaba loca, loca y con sentimiento. Con corazón. Un corazón y unos sentimientos tan puros que hasta se rompió. Y la rompieron. Nunca podría olvidarla. Ni hasta en sus peores pesadillas, porque siempre estaba ella para salvarla.

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1 pensamiento sobre “Comenzó a llorar

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