Resultados: historieta y cuento de zombis

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En el Capítulo VIII se planteó un breve ejercicio creativo, acá los escasos resultados tomados:

Historieta sobre el zombi de Saic:

Zombi Saic(clic para hacerlo más grande).

Más historietas se comenzaron, pero no terminaron, y no se han escaneado.

Y un cuento:

Un día en el pueblo…

por Pedro Venturo

En un pueblo, cruzado por un río, un zombi aparentemente dormido, rodeado de gente y un niño acercándosele.

No recuerda quién es. Ve a la gente pero no sabe qué son, solo movimientos, olores que lo perturban. El movimiento lo perturba.

No solo la gente, una hormiga, el sol, el viento, todo lo que ande, con vida o sin ella, con olor o sin olor. Él no sabe que está muerto, cuando ve su reflejo en algún espejo, no sabe que se mira, y él es el único movimiento que no percibe. Bueno fuera que lo supiera, quizá así aceptara su lugar en el sepulcro o se afanaría a detener a todo lo que se mueve, pero con pasión; dejándose llevar por su deseo.

Verlo desde dentro, es como estar en compañía de la rabia, excesivamente viva. No ser poseedor de nada más, ni del cuerpo, pues lo usa hasta que la piel aguanta y luego solamente rabia, si más. Rabia hacia sí misma, en algún lugar de la tierra.

Un niño se acerca. La gente, el resto del pueblo, se ha detenido a diez metros de distancia.

Nadie sabe cómo ese muerto ha llegado, ni para qué, ni qué es lo que quiere. Nadie ha visto un muerto en pie antes. Según parece es el primer zombi, de acá o del mundo, eso nunca se sabe.

El niño es el más curioso así que no detiene el paso. Los demás le gritan para que se detenga si su madre hubiera estado cerca, de un solo grito hubiera hecho que regresara. Nadie se le acerca. Va con tanta determinación que los más supersticiosos dicen que está poseso, o que algo tiene que ver con el muerto.

A los pocos pasos de llegar a tocarlo se detiene. El zombi no se ha percatado de su cercanía. Permanece en este estado de ensoñación. Es como si la rabia desapareciera, como si todo estuviera quieto. Se le ve con los ojos abiertos, como si estuviera sorprendido. El niño se detuvo porque vio en el reflejo de sus pupilas al pueblo entero, como si estuviera dentro de él. Los ve distintos, algunos han llegado con palos encendidos y otros levantan los puños, llamando a la lucha. Esos no son sus amigos, no es José María, el panadero, ni Raúl su amigo de la infancia. Quién es esa gente, se pregunta.

Alguna fuerza misteriosa impide que voltee y los vea de frente. Por un segundo pierde de vista los ojos y ve en sus labios el rictus que expresa normalmente alegría. Está sonriendo, se dijo a sí mismo. El niño no se percataba que mientras estaba observado la boca, el pueblo hizo silencio, cesó el barullo, la rabia.

Una vez más hacia los ojos y la bulla se reanima, el pueblo entero está ya muy cerca, hasta siente el calor del fuego a sus espaldas.

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