por Elena Rincón

Te digo: o somos piel o somos huesos.
No somos más.
Piel qué necesita del aire; nada.
Huesos locos por sus «huesos».

–¡Llévame contigo, que no conozco otro camino que el de la escarcha que quema!
–¡Suéltame –me grita el viento–, ya estoy harto de silbar sonatas de un solo movimiento!

Y vuelvo a las noches de humo y farolas, que, a solas,
me cuentan que mi sombra se ha querido perder,
que no ha sabido del mecer de las olas,
de los días que sólo son horas y horas.

Y me arrastro, hasta donde la inercia se canse
esto no es frio; son verdades.
Puñaladas de hiel que al momento de clavar se deshacen.

Y vuelvo a las horas,
a los mares desiertos,
a los soles sin sombra.
Vuelvo a volar hacia dentro,
y, volviendo, vuelvo a olvidar olvidarte.
¡Vuelvo a quemarme!

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