Muñecapor Diego

Estábamos tres amigos tranquilamente jugando al YU-GI-OH. Íbamos empate. Era tarde, sobre las 10. Vino un chico cuyo nombre no quiero nombrar (no es Voldemort) gritando: «¡Jairo!». Jairo miró a Raúl; Raúl me miró a mí; yo miré a Jairo y Jairo miró al chico. Este último nos pidió que le acompañáramos a la parroquia. Estábamos asustados al ver la piel tan pálida como la leche por la que se deslizaban gotas de sudor sobre su mirada perdida.

Cuando nos acercamos a la parroquia, a esta misma, la de Santo Toribio, nos comentó que estaba con un amigo dentro de la iglesia. Hablaban sobre Lucifer, y que de repente su amigo se había vuelto loco y decía cosas en latín, como por ejemplo «Satanæ sum servus».

De repente, del chico salió un gas negro que le envolvió, haciéndole desaparecer. Después de que nos contara todo, no nos atrevíamos a entrar; nos lo rogó por su amigo y nos adentramos en la oscura parroquia los cuatro. Ya dentro, nos paralizamos al ver que la puerta se cerraba sola y con llave; se oyó un grito que nos aterró a todos. Rápidamente, Raúl saco su móvil y activó la linterna. Al encenderse la luz, vimos una sombra aterradora que me puso la carne de gallina; se volvió a oír un grito, esta vez más cercano a nosotros. La verdad, estaban temblando de miedo hasta los monstruos de mis cartas; al entrar en una sala, la de cultura, encontramos en el suelo una muñeca con un cuchillo jamonero ensangrentado en la mano derecha. Nos acercamos a la muñeca Raúl y yo. De pronto, la muñeca giró la cabeza 180 grados y nos sonrió, a la vez que emitía un espeluznante grito que nos inmovilizó. Por debajo de la puerta por donde se accede a misa, comenzó a salir un espeso humo negro. Ya sin confianza y sin valor, nos metimos en la boca del lobo: nos adentramos en el lugar donde el chaval había desaparecido. Se oyeron varios gritos; provenían de nosotros al ver al chico flotando en el aire, poseído y diciendo cosas como «satanæ sum servus» repetía una y otra vez las mismas palabras que nos había contado nuestro amigo. De repente, todos los que estaban conmigo se desmayaron; primero Raúl, luego Jairo y finalmente el otro. Me quedé yo solo frente al desconocido poseído. Bajó lentamente diciendo: «sálvame o ¡MORIRÁS!» Y en ese momento, el humo negro atravesó mi cuerpo y me desmayé.

Me desperté en mi cama. Pensé que había sido una pesadilla pero, al quedar con Raúl y con Jairo, me di cuenta de que no había sido así. Hablamos del mismo «sueño», si es que se puede llamar así. Intentamos buscar al chico del nombre desconocido y al poseído pero, al parecer, nadie parecía conocerles. Al día siguiente, teníamos clase en la parroquia pero ninguno acudimos. El día que por fin nos armamos de valor para entrar allí, junto al primer paso que dimos resonó en nuestras cabezas el grito aterrador. Y yo no paraba de oír:

«sálvame o ¡MORIRÁS!»

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