Test-Drivers. Una nueva Esperanza

2

por Ricardo Barral Torres

Springfield, septiembre de 1985. Entre una de las muchas casualidades del destino, están a punto de cruzarse dos vidas paralelas que, en circunstancias normales, jamás se hubieran unido.

Michael Slender es un hombre de mediana edad, ex piloto de competición que, debido a un trágico accidente sucedido hace diez años, perdió casi todo cuanto tenía; para empezar, tras el accidente se vio obligado, por dictamen médico, a retirarse oficialmente del mundo del motor. Como consecuencia a la renuncia del mayor de sus sueños e ilusiones, se aisló en sí mismo dejando de lado familia, amistades y hasta llegando a herir su propia dignidad como persona.

Ahora Slender es un hombre abatido que esconde tras su semblante el amargo dolor de un orgullo herido y que tan solo cuenta con el apoyo y comprensión de algunos viejos compañeros del mundo del motor. Aún con todo, Michael tiene un plan: piensa buscar un joven piloto que pueda pilotar su última baza. Se trata de una auténtica fiera de carreras, el clásico De Tomaso Pantera del 71.

Por otra parte, un humilde joven de veintitrés años quiere realizar algún día el mayor de sus sueños: llegar a ser un piloto profesional en el mundo del motor. Su nombre es Robert Slater.

Slater, sin embargo, es un muchacho que pertenece a una familia humilde que no tiene la oportunidad de costearse en modo alguno unos estudios superiores, de modo que con su formación del Instituto y sin apenas contactos, se gana la vida de camarero en un Pub musical, mientras participa en carreras ilegales de coches.

Los participantes de dichas carreras pertenecen en su mayoría a jóvenes que tampoco pueden o quieren aspirar a una vida mejor por diversos motivos, razón por la cual suelen participar turismos antiguos, muchos de ellos de los años sesenta.

Dicho todo esto, parecería casi imposible que las vidas de estos dos hombres se unieran pero, como hemos dicho anteriormente, los devenires del destino son inescrutables.

Tal es así, que un buen día del presente mes, Slender se encontraba temprano de madrugada contemplando uno de los paisajes hacia las afueras de Springfield, cuando el abrumador ruido de los rugidos de una docena de turismos de los sesenta tomó parte en medio de la escena.

Pronto, Slender se convirtió en testigo de una trepidante carrera de coches, donde la policía local con varios coches patrulla había tendido una trampa a los participantes; se suceden las maniobras al límite y el chirriar de los neumáticos en cada derrape, en medio de una jauría donde algunos coches incluso colisionan espectacularmente.

En mitad de tal panorama, un coche llama la atención de nuestro protagonista cuando se percata del hábil modo en que da esquinazo a dos coches patrulla, a la vez que consigue escapar sin casi un rasguño, mientras el resto de coches son detenidos o cuanto menos huyen con varios porrazos.

Michael Slender graba en su memoria los rasgos de dicho coche y decide subir a su Ford Mustang para seguirle la pista. El mismo se dirige hacia Hinton, un pequeño pueblo de Springfield.

La pista le lleva finalmente a un recogido garaje, apartado de la humilde casa en que mora el enigmático piloto que con tanta habilidad salió airoso de la redada. Se trata de un joven de veintitrés años, rubio, con semblante infantil aunque algo desengañado por los golpes de la vida. Slender cree que no es el lugar ni el momento de presentarse ante él, por lo que decide esperar.

Al atardecer, Slender ve al joven salir de su casa y sigue su pista. Ésta le lleva hasta un Pub en la ciudad de Springfield. Una vez allí, decide esperar media hora, después entra y pide una bebida. Apenas hay gente, pues los clientes suelen entrar más tarde, hacia la noche.

Slender aprovecha un momento para dirigir la palabra al joven muchacho. Éste, receloso de aquel, no quiere pararse a conversar; de hecho, está trabajando.

Pero, en un momento oportuno, Slender apuesta por compartir su afición del mundo del motor con el muchacho, le dice que el Ford Mustang que está aparcado frente al Pub es suyo. El joven no pudo evitar abrir sus ojos como platos, pues le encantan los buenos bólidos. Slender, acto seguido, le preguntó si le gustaría tener uno de esos.

–¡Y a quién no! –respondió con mirada soñadora el joven. Inmediatamente, Slender lanzó su órdago:

–Si quieres, un coche aún mejor que ése puede ser tuyo si me ayudas.

–¿Te estás quedando conmigo? –contestó retóricamente el joven.

–No, chaval, en absoluto; si de verdad quieres uno de esos, estaré aquí esperándote, aunque no tardes, porque hay muchos pilotos por ahí, ya sabes… –replicó Slender.

Pasaron las horas y Michael siguió esperando, mientras la curiosidad no dejaba de quemarle a nuestro joven muchacho, quién no paraba de preguntarse con qué segundas intenciones un extraño le haría una propuesta tan extraña, y nunca mejor dicho…

Por otra parte, algo le decía que tenía que escuchar la propuesta de aquél extraño de mediana edad, como si de un malsano gusanillo por hacer realidad un sueño imposible se tratara. ¿Sería algo bueno, o más bien una tentación poco conveniente?

Finalmente, llegada la hora de cerrar, ya a medianoche, el joven se dirige a Slender y le pregunta sin rodeos quién es él y a santo de qué le hace una propuesta tan rara.

Slender, sonriente, le dice su nombre y añade:

–Mira, hijo, lo que necesito es un piloto de carreras para un De Tomaso Pantera del 71. Sencillamente, te he visto manejar tu Buick con una habilidad extraordinaria y creo que tú podrías ayudarme.

Atónito, el muchacho se queda sin respiración; no sabe si la persona que tiene delante es un Policía de incógnito o un tipo raro que se dedica a seguir a la gente para no se sabe bien qué fines. Con tal miedo, el chaval espeta:

–¡Mire, no sé de qué narices me está usted hablando, yo no soy ningún piloto, vale, usted se ha equivocado de hombre, lo juro, no soy ningún piloto!

–Tranquilízate, hijo, ya sé que aún no eres un piloto pero, con mi ayuda, podrías llegar a ser un profesional –responde Slender.

Ambos mantienen la discusión durante un rato, hasta que finalmente el muchacho se tranquiliza y se da cuenta de que ese hombre quizás no sea un Poli. A duras penas accede a darle su nombre, él se llama Robert Slater.

–Mira Robert, ya sé que todo esto es muy extraño, pero tan solo puedo darte por ahora mi palabra –Robert asiente con desconfianza. –Mañana estaré en Hinton Park-Springs, con el coche que te he dicho, a las siete de la mañana; si quieres aceptar mi oferta, ya sabes dónde encontrarme; si no, necesitaré otro piloto.

El joven muchacho pasa la noche dando vueltas a la extraña oferta que acaba de hacerle Slender. ¿Por qué él y no otro candidato? Él no es un profesional, no es más que un Don nadie que está condenado a ser un pobre humilde más entre tantos.

Slender se levanta temprano, decidido a esperar la respuesta del joven aspirante, con temor de que tal vez desconfíe y deje pasar de largo una oportunidad entre un millón.

Sin embargo, un nuevo golpe de fortuna tiene lugar cuando por puro y simple acto de fe, se presenta el joven muchacho en Hinton Park-Springs, un complejo compuesto por un edificio con algunos boxes, una pista de pruebas y un pequeño circuito de rally. Un lugar de entrenamiento perfecto para aspirantes.

La sorpresa es mutua, tanto por el temor de Slender de que el muchacho no se presentara, como de éste cuando va despejando sus dudas a pasos agigantados al ver el complejo y el citado deportivo de carreras.

Robert plantea sus dudas antes de nada. Slender contesta:

–Muy sencillo. Aunque un buen día fui uno de los grandes del mundo del motor y dispuse de muchos recursos, ahora tan solo dispongo de unas reservas para levantar todo esto de nuevo. Por eso, no puedo acudir a un profesional porque no puedo contratarle, pero sí puedo formarte a ti para que, llegado el momento, puedas ganar como un profesional.

–En otras palabras, vas a tangarme el sueldo durante una temporada –replicó Robert.

–Dime, ¿cuánto ganarías por el primer puesto en una de tus carreritas? –inquirió Slender.

–Pues, el premio para el primer puesto suele estar en trescientos pavos, más o menos –comentó el chaval.

–Vale, imagínate, por mucho que gane un profesional, que yo decido pagarte tu primer año 450 dólares al mes, tan solo por entrenar. Y que ganaras el quince por ciento del premio estipulado por las carreras oficiales según la clasificación final, en el caso que nos ocupa, la V Copa Springfield del año que viene, el primer puesto se premia con cien mil dólares; de ese modo, tu ganarías quince mil pavos y el resto serían para los demás integrantes del equipo, además de sufragar gastos de actividad y mantenimiento de todo cuanto ves –expuso Slender.

–¡Guau, qué pasada, quince mil pavos! ¿Y el resto de puestos como se premiarían?

–Segundo puesto, setenta mil dólares; tercero, 45 mil dólares y de ahí para abajo hay una escala decreciente progresiva. En cualquier caso, ganarías más de lo que ganas ahora. Sinceramente, creo que no tienes nada que perder.

Robert Slater, el joven aspirante, decide aceptar la oferta de Michael, dejando las carreras ilegales hasta más ver. No obstante, prefiere mantener su empleo en el Pub, no sea que este bonito sueño no sea más que una nube pasajera, aspecto que Slender comprende y opta por respetar del muchacho, en pro de menos horas de entrenamiento.

–¡Bien, pues no tenemos tiempo que perder, chaval! Ven conmigo –Slender, eufórico, invita a Robert a pasar a uno de los boxes para mostrarle su nuevo atuendo de trabajo. Se trata de un mono de competición con bastante carga emocional para Slender, pues lo llevó durante años en sus tiempos de gloria, cuando era uno de los grandes del mundo del motor.

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