Resultados: comienzos para un final
Durante el capítulo XIII jugamos a completar el cuento, dimos el final de una historia:
«De un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?»
Y a partir de ella cada uno debía escribir el cuento que correspondiera a dicho final. Sin temática concreta, sin indicaciones sobre la extensión, sin nada más que un tiempo límite para realizar el cuentito. Luego cada quién leyó el suyo en voz alta. A continuación, todos los cuentos escritos:
Índice de trabajos:
- Ejercicio de A. Blasborg
- Ejercicio de Casandra
- Ejercicio de Chus
- Ejercicio de Diego
- Ejercicio de El Ra
- Ejercicio de Jade
- Ejercicio de Jadiya
- Ejercicio de Jomra
- Ejercicio de Marité
Trabajos
Si uno tiene ilusión, siempre se puede buscar quién la comparta, con quién trabajar codo con codo, a quién dar la tabarra cada vez que los problemas te bloquean. Pero, ¿qué hacer en una nave perdida en los espacios interestelares, cuando el ansible solo devuelve sonido le estática a tus llamadas de socorro? Bueno, conversar con tu androide es una posibilidad, siempre que no quieras que te contradigan… ¿quién añadiría esa maldita cuarta ley de la robótica?
En fin.
Como cada día, Stanislaw Card hizo sus flexiones, se duchó, desayunó los alimentos reciclados, comprobó que la nave seguía con su ruta y desenvolvió la rutina de llamar por el ansible a ver si había suerte.
–Aquí el Capitán Card de la flota civil de los intermundos, camino de Alfa Beta 3, en su tercer año terrestre de viaje. Toda la tripulación ha sucumbido al aburrimiento y se han arrojado por las escotillas unos tras otro. Si alguien me escucha, ¡por favor!, ¡necesito una presencia humana! ¡Una muestra de existencia! ¡Una Voz!
El ansible permanecía machacando los tímpanos con su ruido absurdo. Casi desesperado, el Capitán arrojó el vaso de té al suelo y se alejó. Bien, estaba decidido. Abrió la escotilla, dio un paso y…
El androide se precipitó hacia él a toda velocidad, tratando de salvarle para cumplir las leyes implantadas en su cerebro, pero lamentablemente llegó tarde.
Entonces, del ansible comenzó a salir un sonido que ya nadie esperaba, un sonido que quizá no hubiera podido evitar la tragedia.
–Aquí Bisbal, ¡te quiero en mi equipo, capitán Carg!
El pobre androide no pudo evitarlo: mientras al oficial se le salían los ojos de las órbitas y se alejaba mirándole con una mezcla de odio y desesperación, de un momento a otro se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?
Érase una vez una casa donde vivía un señor llamado Sergio. Un día se fue al parque y se encontró con un amigo suyo. Se fueron a tomar algo y le contó una cosa. Entonces, de un momento a otro, se echó a reír pensando que era un chiste, y el otro pensó en voz baja: «¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?»
[Pueden leerlo y escucharlo aquí, publicado en el número 3 del fanzine].
En una plaza alejada de mi casa, había unas rampas de skaters en las que se amontonaban cinco chavales novatos. ¿Que cómo sabía que lo eran? Por sus caídas de culo, su patinar sentados y, para colmo, no llevaban casco. Tras varias caídas, uno de ellos se subió a la plataforma con su skate y se tiró… se golpeó la cabeza desnuda contra el suelo; se dio tal golpe que empezó a sangrar y, casi desmayado, se puso de pie y… de un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?
Pedro era un niño muy joven de 13 años con unas ideas muy absurdas como, por ejemplo, intentar volar. Se lo contó a sus amigos, quienes se quedaron con una casa asombrada porque eso era imposible, pero, al final, le ayudaron a intentarlo. Pedro estaba muy entusiasmado y feliz. Aunque no sabían cómo ayudarle, le pusieron unas alas parecidas a las de los murciélagos. Al ponérselo, se sintió contento. Se subió a un lugar no demasiado alto y empezó a volar. Lamentablemente, se cayó y se hizo daño. Entonces, un amigo, de un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?
Había una vez dos niños de nueve años en un parque. Uno de ellos había perdido su pelota favorita y no sabía dónde ni cómo, así que los dos empezaron a buscar por todo el parque, pero no vieron nada. El pequeño dueño de la pelota se echó a llorar porque no la encontraba. Un señor que por la zona paseaba, al verle, se acercó y le preguntó qué le pasaba y entonces también les ayudó en su búsqueda.
Su amigo le miró y, de un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, en un momento así?
Y es que el señor encontró la pelota de su amigo Juan, lo que se puso muy contento.
Un día, unos chicos que estaban contando un chiste se echaron a reír, pero el otro amigo no paró de reír, por eso le preguntaron: «¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?»
La sangre empapaba los campos, la muerte cubría toda la vista, los gemidos acallaban todo pensamiento consciente… ¿cómo pudimos llegar a esto?
Horas antes, el paisaje era idílico, el sol brillaba con fuerza, las armas destellaban y los pájaros cantaban. Nuestro general chilló una orden que no entendí, pero todos corrieron hacia delante bramando, jurando, retando.
Durante un interminable tiempo, sentí la guerra en mis venas, no era dueño de mis actos; la lanza, la espada, cortaban y pinchaban sin miramientos; la sangre propia y ajena se iba secando en mi armadura; el dolor era remplazado por odio. Odio a todos: a los enemigos por obligarnos a esta insensata batalla; a los aliados por no saber más que de rencores, envidias y guerras… todo había terminado, o eso creía…
Miré para todos lados. A lo lejos, detecté la presencia de Anilus, el líder rival, que remataba a compañeros míos al otro lado del valle. Me levanté con los ojos inyectados en sangre, corrí hacia él. Me miró sin odio, blandió su arma y caí al suelo, herido de muerte; un grito sordo se negó a salir.
El rostro cansado de mi asesino, en la victoria, no dejó de mirarme. De un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?
[Diego, para el número 3 del fanzine, creó un comienzo a este comienzo, pueden leerlo y escucharlo acá].
Comenzó como un día cualquiera; supongo que todos empiezan así.
Salí de la cueva y fui andando por la parte más oscura del bosque (en busca de) un poco de alimento. Ya se me había acabado todo, y no cenar no era una opción, no luego de la semana tan agitada que tuve.
Al cruzar el río, vi una loba azul. «Qué curioso», pensé, «no suelen aparecer en esta temporada». Me oculté entre los matorrales más cercanos y aguardé. Si había un animal tan cerca, no iba a caminar más por otro; esperé a que se tumbara en el verde suelo que nos sostenía.
La bestia comenzó a relajarse. «Mi oportunidad», hablé para mis adentros. Sonreí mostrando mis afilados colmillos, me levanté lentamente y di un salto tan increíble como los que siempre ejecuto. La loba, al escuchar el roce de las hojas con mi piel, volteó asustada y sorprendida. Antes de caer sobre mi presa, pude distinguir su tan peculiar expresión; ella sabía que iba a morir. Le clavé las garras en el cuello y la llevé, envuelta en el mío, a la cueva tras empaparme de su sangre color cian.
Pasos antes de llegar a mi guarida, una manada de lobos azules se interpuso en mi camino. Les habría matado a todos de no ser porque la mayoría echó a correr luego de ver como aniquilé a un buen grupo de ellos con un solo movimiento. Iba a entrar a mi hogar al ver que ya no quedaba nada amenazante cerca, mas me detuve al notar que uno de los heridos continuaba con vida y, de un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?
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¿Te quedas con ganas de más? ¡Mira los otros finales y escribe tu propia historia! (contando el acá usado).
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