por Chus Rodríguez

Hoy también había gente en la frutería de la esquina, y es que esto era lo habitual. Elías y su padre tenían la mejor fruta de la ciudad; se decía que, si comías estos frutos, no padecerías ninguna enfermedad.

Mara había recorrido un largo camino para llegar allí. Se puso en la cola, estaba nerviosa, emocionada y ansiosa por comprar aquellas mandarinas «mágicas»; mientras esperaba su turno, su mente no podía parar de imaginar cómo sería aquel invierno después de tener aquella fantástica medicina natural y se decía: «¡se acabaron los catarros!». Tan absorta estaba en sus pensamientos, que no se daba cuenta de lo que realmente estaba pasando en aquel lugar.

La gente empezó a salir. Se iban. Entonces, el padre de Elías le preguntó:

–¿Y usted?

Ella dijo:

–Quiero mandarinas.

El hombre le contestó:

–Pero, hija, ¿no se ha dado cuenta? Se nos ha acabado la fruta.

La chica se quedó petrificada durante unos momentos y gritó:

–¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

Entonces, el frutero, de un momento a otro, se echó a reír. ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?

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Nota: Este cuento es el resultado de la dinámica «un comienzo para este final: ¿Reírse?, ¿en serio?, ¿en un momento así?», desarrollado durante el taller. De la misma dinámica viene la segunda parte de «Guerra entre hermanos», así como otros cuentos que pueden encontrar en la web del taller. ¡Anímense y escriban otros principios para todos esos finales!

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2 pensamientos sobre “Las mandarinas mágicas

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